Azura
La luz dorada del amanecer se filtraba por los ventanales altos de nuestra habitación real, acariciando suavemente mis párpados. Abrí los ojos lentamente, sintiendo el peso reconfortante del brazo de Grayson alrededor de mi cintura. Su respiración era profunda y calmada, su pecho se movía rítmicamente contra mi espalda, y el calor de su cuerpo me envolvía como una manta viva. Me giré con cuidado para verlo; incluso dormido, su expresión era la de un rey: poderosa, segura… pero con esa ternura que sólo me mostraba a mí.
—Buenos días, mi reina… —susurró sin abrir del todo los ojos, su voz grave y adormilada rozando mi oído.
—Buenos días, mi rey… —respondí con una sonrisa, apoyando mi frente en la suya.
No tardó en incorporarse, estirando sus músculos y dejando que el sol iluminara las cicatrices y marcas que contaban historias de batallas pasadas. Me dedicó una mirada que encendió un calor familiar en mi pecho, esa chispa que siempre me hacía olvidar el resto del mundo.
—Hoy será