El aire salado del mar acariciaba la piel de Clara mientras caminaba descalza por la orilla, dejando que sus pies se hundieran ligeramente en la arena tibia. Lucas caminaba a su lado en silencio, respetando el espacio que ella necesitaba. Sabía que, para Clara, el proceso creativo era delicado y no podía forzarse. A veces, lo único que se requería era un cambio de escenario, una pausa para respirar, para escuchar el murmullo del mundo sin el ruido constante de la rutina.
Era un día cálido de otoño. El cielo despejado se fundía con el azul profundo del mar, y las olas rompían suavemente en la orilla, en una cadencia tan constante como calmante. Clara sentía cómo su cuerpo comenzaba, por fin, a soltarse. La ciudad, el trabajo, las presiones... todo parecía lejano, como si no pertenecieran a este rincón tranquilo donde el tiempo se medía por la luz del sol y el vaivén del agua.
—Esto es perfecto —susurró Clara, mirando al horizonte como si quisiera memorizarlo.
Lucas la observó, sonriend