El sol de la mañana iluminaba la cocina de la casa, proyectando suaves sombras sobre la mesa de madera donde Clara revisaba correos y borradores de su próximo libro. Lucas, sentado frente a ella con una taza de café en la mano, hojeaba un informe de su trabajo. La casa estaba tranquila; Samuel, de quince años, había salido temprano a sus clases de música, mientras Sofía, de once, ya estaba en camino hacia la escuela junto a sus amigos. Por primera vez en muchos años, Clara y Lucas disfrutaban de la calma matutina, un lujo que habían aprendido a valorar con el paso del tiempo.
—¿Recuerdas cuando los llevábamos a la escuela juntos cada mañana? —dijo Lucas, con una sonrisa nostálgica mientras miraba la silla vacía frente a él.
—Sí —respondió Clara, apoyando su mentón sobre la mano y sonriendo suavemente—. Es increíble lo rápido que pasa el tiempo. Ahora casi ni los vemos en las mañanas, y ya ni necesitan nuestra ayuda con sus tareas.
Lucas asintió, tomando un sorbo de su café. Era cierto