El amanecer del primer día como esposos los encontró en la terraza de su pequeña casa en el pueblo costero, con tazas de café caliente entre las manos. El cielo se teñía de tonos rosados y dorados, mientras el sonido del mar acariciaba el silencio. Clara y Lucas estaban sentados uno al lado del otro, envueltos en una manta, sin decir palabra. Solo compartían miradas cómplices, sonrisas suaves y el cálido aroma del café. La boda había sido un sueño hecho realidad, y ambos aún sentían la magia flotando en el aire.
—No puedo creer que ya estemos casados —dijo Clara, rompiendo el silencio con una sonrisa soñadora.
Lucas la miró, apoyando su taza sobre la mesa de madera desgastada por la sal y el tiempo.
—¿Te arrepientes? —preguntó con un tono juguetón, levantando una ceja.
Clara fingió ofenderse, frunciendo los labios antes de darle un suave golpe en el brazo.
—Ni por un segundo. Aunque… honestamente, me siento como si estuviéramos en una burbuja. No quiero que esto termine.
Lucas la rode