El sol despuntó temprano sobre el tranquilo pueblo costero, bañando con una luz cálida las calles empedradas y los tejados rojizos. El sonido del mar, constante y reconfortante, acompañaba la emoción que comenzaba a llenar el aire. Era el día de la boda, y Clara lo recibió con una mezcla de nervios y dicha al abrir los ojos.
Desde su ventana, pudo ver cómo los primeros rayos iluminaban el lugar donde, en unas horas, daría uno de los pasos más importantes de su vida. Su madre entró con una bandeja que contenía un desayuno ligero: frutas frescas, pan tostado y té.
—Buenos días, futura señora de Lucas —dijo su madre con una sonrisa cariñosa, dejando la bandeja sobre la mesa—. ¿Dormiste bien?
Clara soltó una risita nerviosa mientras se sentaba en la cama y se envolvía con una manta ligera.
—Lo intenté, pero mi mente no me dejaba tranquila. Aun así, estoy lista para hoy.
Su madre la besó en la frente con ternura y, tras algunos comentarios sobre los preparativos, la dejó a solas para que p