Capítulo 4 Máscaras y Vestidos de Novia
Escarlata

La pregunta que Luciano me hizo sobre el anillo quedó flotando entre nosotros. Me quedé mirándolo fijamente mientras buscaba alguna explicación que no delatara todo lo que realmente sabía.

—¿Escarlata? —insistió, preocupado, al notar mi silencio—. Respóndeme, mi amor.

Bajé la mirada, permitiéndole así sacar sus propias conclusiones, y funcionó tal como esperaba.

—Es porque Lilia regresó, ¿verdad? —dijo, pasándose una mano por el cabello con frustración—. Te sientes insegura por su presencia.

«Si tan solo supieras lo que vi en ese bosque», pensé con amargura.

—Comprendo que ella proviene de un linaje noble —le respondí, sin embargo, en voz baja—. Por eso es natural que la gente nos compare.

—No hay absolutamente nada que comparar —repuso, atrayéndome hacia sus brazos, los mismos que habían sostenido a Lilia apenas horas antes—. Tú eres mi Luna. Y ella solo es mi ex de hace cinco años.

A la mañana siguiente, Luciano llegó al desayuno con expresión triunfante. Sobre la mesa, junto a mi plata, descansaba una caja que reconocí de inmediato.

—Ábrela —me animó con ojos brillantes de orgullo y expectación.

Dentro se encontraba el anillo Corazón de la Tormenta, con su piedra lunar encantada resplandeciendo con intensidad.

—No podía permitir que alguien más lo obtuviera —explicó, extrayéndolo de la caja con cuidado—. De hecho, pagué diez millones adicionales al precio solicitado para asegurarme de recuperarlo.

Tomó mi mano y volvió a colocarlo en mi dedo. Al instante sentí cómo su magia curativa recorría mis venas, luchando contra la oscuridad de la maldición que me atormentaba.

—Ahí está —murmuró con suavidad—, donde pertenece. Necesitas este anillo, mi amor. Así te mantendrás fuerte.

Contemplé el anillo detenidamente, recordando cómo lo había mandado a fabricar, colaborando con los chamanes más poderosos para imbuirlo de protección.

—He estado pensando mucho últimamente —continuó, mientras me acercaba más a él—. Escarlata, te debo mucho. Nunca tuvimos una boda como merecías. En ese entonces, yo apenas asumía como Alfa, y la manada estaba hecha un caos…

Me tensé involuntariamente en su abrazo, mientras las imágenes de él y Lilia danzaban vívidas en mi cabeza.

—Merecías algo mejor que un simple ritual de apareamiento —me dijo, malinterpretando mi reacción—. Por eso ahora quiero darte la ceremonia que debiste tener desde el principio. Hoy mismo vamos a buscar tu vestido de novia.

***

La exclusiva tienda nupcial solo atendía a miembros de alto rango de la manada, así que la propietaria nos recibió personalmente, inclinándose ante nosotros con profundo respeto.

—¡Luna Escarlata! ¡Alfa Luciano! ¡Qué gran honor tenerlos aquí!

—Mi pareja merece lo mejor —declaró Luciano con autoridad—. Por favor, muéstranos toda la colección.

Entonces, nos presentaron vestido tras vestido: sedas exquisitas, encajes delicados, telas encantadas que brillaban como la luz de la luna. Todos parecían más hermosos que el anterior, pero compartían el mismo defecto imperdonable.

—¿Tendrán alguno que cubra más la espalda? —pregunté, intentando mantener la voz firme mientras otro vestido dejaba al descubierto mi cicatriz.

Esa enorme marca se extendía desde mi hombro hasta mi cadera, retorcida y oscura. Un recordatorio constante de la causa del dolor que ahora padecía a diario.

Aquel día, al arrojarme sobre Luciano y protegerlo con mi cuerpo, la daga de plata maldita penetró mi pecho. Pero, el Alfa de la Manada Sombra no se conformó, y sus garras rasgaron mi espalda, dibujando una cicatriz macabra.

—Pobre omega, si tanto te duele por este cabrón, pues ahora te toca sufrir tú en su lugar —me había dicho con crueldad.

Aquel día, mi sangre cubrió el suelo de la celda.

Mientras estos dolorosos recuerdos invadían mi mente, me miré en el espejo frente a mí.

—¿Ninguno le gusta? —me preguntó la asistente con nerviosismo después del décimo vestido.

Observé mi reflejo con atención. El vestido era una obra de arte: seda blanca, hilos plateados, una belleza desde el frente… pero la espalda descubierta dejaba ver mis cicatrices.

—La cicatriz... está fea, ¿no? —susurré, acariciando la marca por encima de la delicada tela.

—Para nada, mi valiente Luna —murmuró Luciano detrás de mí, rodeando mi cintura con sus brazos—. Esta es la herida que sufriste por mí. Es una medalla preciosa. Un dolor que jamás olvidaré ni por asomo.

Su aroma inundó mis sentidos mientras luchaba contra el impulso de apartarme, pero debía contenerme si quería mantener esta farsa hasta ejecutar mi plan.

—Ordenaremos uno a tu medida —me dijo con decisión—. El precio no importa. Tendrás el más hermoso y costoso, algo verdaderamente digno de mi pareja perfecta.

En ese momento, su celular vibró. Alcancé a ver el nombre de Lilia en la pantalla antes de que él lo volteara con torpeza.

—De verdad te pasas de bueno conmigo —le dije con dulzura fingida. Cada palabra era una mentira que me dolía pronunciar—. Luciano, te amo tanto.

Como respuesta, besó mi sien, y me obligué a aceptar el gesto con aparente naturalidad.

—Cualquier cosa por ti, mi amor. Lo sabes.

Después de esa breve interrupción, seleccionamos el diseño personalizado del vestido nupcial. Estaba completamente cubierto en la espalda, confeccionado con satén de luz lunar y adornado con un patrón de diamantes que formaba una luna creciente. Al verlo, Luciano mencionó que simbolizaba que yo era su Luna eterna.

Contemplar sus ojos serios y tiernos mientras pronunciaba esas palabras debería haber sido uno de los momentos más felices de mi vida, pero solo podía percibir la cruel ironía de sentirme dividida por él. Pensar que podía estar con Lilia, y, al mismo tiempo, mostrarse tan atento conmigo me destrozaba por dentro. Y las lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro, sin que pudiera contenerlas.

Al notarlas, Luciano se apresuró a buscar unos pañuelos. Me sostuvo por los hombros y me consoló con dulzura, asegurando que no acudiría a la oficina ese día y se quedaría conmigo todo el tiempo.

—No te preocupes, Luciano, es solo que estoy demasiado emocionada —repuse, secándome las lágrimas con cuidado, mirándolo con fingida ternura, aunque por dentro sabía que no podría ni querría estar conmigo todo el día.

Y efectivamente, su celular sonó dos veces más mientras esperábamos a Tommy, el chofer.

—No te preocupes, mi cielo, si tienes que atender algo importante, adelante —le dije con voz comprensiva, mirándolo con ojos falsamente indulgentes, aunque ya sabía perfectamente quién lo llamaba.

—Escarlata... —vaciló, con un evidente destello de culpa en su rostro—. Acaba de surgir un problema en la manada. Tengo que ir a arreglarlo ahora mismo.

—Está bien, lo entiendo —asentí, con una sonrisa, interpretando mi papel a la perfección—. Ve tranquilo. Puedo regresar a casa por mi cuenta.

Justo en ese preciso momento, llegó el chofer, y Luciano me dirigió una mirada de aparente disculpa.

—Ya le dije a Tommy que te lleve directo a la casa.

—De verdad no es necesario, puedo volver sola —le respondí con un gesto despreocupado.

—No, todavía no estás bien del todo. Anda, deja que él te lleve. Así no me preocupo por ti.

Este Luciano, tan preocupado por mi bienestar, no se parecía en nada al amante frío que había visto en brazos de Lilia en el bosque.

—De acuerdo, me regreso —accedí finalmente.

Tras ese breve intercambio, me dispuse a subir al automóvil sin más objeciones. Luciano me dio un beso rápido, abrió la puerta, esperando a que me subiera, y la cerró, antes de despedirse con la mano. Inmóvil, observé por el espejo retrovisor cómo su figura se alejaba, poco a poco.

—Por favor, da vuelta en la siguiente esquina —dije, girándome hacia Tommy—. Necesito pasar al Salón de la Manada.

—Pero Luna, el Alfa me ordenó llevarla directo a casa —dijo, claramente confundido y preocupado.

—El Alfa me acaba de pedir que le lleve un documento importante —mentí con total naturalidad.

Ante mi explicación, Tommy no pudo negarse. Inmediatamente dio la vuelta y regresamos por donde habíamos venido. Una vez allí, le pedí que se detuviera a un costado del camino, justo frente al Salón de la Manada.

Y tal como lo había imaginado, apenas cinco minutos después apareció Lilia. Llevaba un vestido rojo con escote en V y caminaba con paso seguro, moviendo sus caderas mientras cruzaba la puerta principal.

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