Escarlata
No pude contenerme. Aunque sabía que me rompería el corazón otra vez, seguí a Lilia mientras entraba en la Sala de la Manada.
Su vestido rojo se ajustaba perfectamente a sus curvas. Estaba claro que lo había escogido a propósito para llamar la atención. Apreté los puños con fuerza mientras la seguía, manteniendo mi distancia.
El sonido de sus tacones resonaba por el pasillo mientras se acercaba a la oficina de Luciano. Sin siquiera molestarse en llamar, empujó la puerta con soltura, dejándola ligeramente entreabierta. Me pegué a la pared junto a la puerta, con el corazón latiendo con fuerza.
—¿Ya me extrañas, mi poderoso Alfa? —dijo Lilia con tono empalagosa—. Te traje una sorpresa especial... Adivina de qué color es mi ropa interior hoy.
Sentí que el estómago se me revolvía y una oleada de náuseas ascendía por mi garganta, como si pudiera vomitar en cualquier momento.
—Lilia... —le advirtió Luciano, aunque su voz lo traicionaba con un dejo de deseo—. Alguien podría vernos.
—Que nos vean —contestó ella con descaro, mientras se oía el crujido de tela como fondo—. Cariño… ¿no quieres desenvolver tu regalo?
Mi pecho se tensó, y la magia de la maldición latió bajo mi piel como si intentara desgarrarme por dentro. Sabía que tenía que irme, que quedarme allí era una tortura innecesaria… pero mis pies se negaban a moverse.
—Tenemos que ser más cuidadosos —murmuró Luciano con la voz áspera—. La reunión del consejo es en una hora.
La risa afilada de Lilia fue como una navaja.
—Siempre eres tan responsable. Dime, mi Alfa... ¿quién es mejor en la cama, yo o tu preciosa Luna?
El silencio que siguió fue tan pesado que me cortó la respiración. Cuando Luciano finalmente habló, sonaba frío y severo.
—Ni se te ocurra compararte con Escarlata —gruñó—. No mereces ni mencionar su nombre.
Por un momento, la esperanza revoloteó en mi pecho como un pájaro herido. Pero entonces, Lilia solo volvió a reír.
—¿En serio? —Se escuchó el roce de la tela de nuevo—. Si tanto te importa, ¿por qué sigues volviendo a mí? ¿Por qué gimes mi nombre cuando estás dentro de mí?
—Lilia... —Ahora Luciano sonaba tenso, molesto—. Déjalo ya...
—¿Dejar qué? —la voz de Lilia se volvió seductora—. ¿Dejar de recordarte cuánto me deseas? ¿Dejar de hacer esto?
Y, de pronto, su voz se cortó de repente. Escuché el golpe de una carpeta cayendo al suelo, seguido por su voz en tono de reproche suave:
—Luciano, no seas tan grosero.
Un gemido profundo escapó de él, provocándome arcadas. Aunque sabía que era un error, no pude evitar asomarme por el hueco de la puerta.
Esa escena quedó grabada a fuego en mi memoria.
Lilia estaba tendida sobre el escritorio, con el vestido rojo subido hasta la cintura. Él estaba de pie entre sus piernas, inclinado sobre ella, manoseando uno de sus pechos. Se revolcaban como animales en celo.
—Me vuelves loco con tus provocaciones —gimió, atacando su cuello con besos—. No puedo resistirme a ti.
—Entonces no lo hagas —ronroneó ella—. Tómame aquí y ahora. Demuéstrame quién es mejor: tu débil Luna o yo.
—Lilia... —susurró él, mientras sus manos subían por sus muslos.
Con un movimiento brusco, la poseyó y comenzó a embestirla violentamente.
—Vamos, Alfa —se burló ella—. Enséñame lo que puede hacer un verdadero lobo, no como esa pobre Luna que ni puede transformarse.
La maldición aprovechó mi momento de debilidad, enviando oleadas de dolor ardiente a través de mi pecho. Tropecé hacia atrás, con la vista borrosa.
—Así es —la voz de Lilia resonaba detrás de mí—. Hazme gritar tu nombre. Que todos sepan a quién realmente deseas...
Se movían como sombras entrelazadas en una danza prohibida. Mi esposo Luciano, el mismo que siempre se mostraba gentil y cortés frente a mí, resultaba tener este lado sucio y lascivo.
Sus gemidos retumbaban en mis oídos mientras huía por el pasillo. Cada paso enviaba nuevas oleadas de agonía por mi cuerpo. Bajo mi piel, mis venas ennegrecidas palpitaban, devorando mi dolor como una ofrenda antigua.
Apenas logré llegar al coche, prácticamente cayendo sin fuerzas en el asiento trasero mientras mis manos temblaban sin control.
—¿Luna Escarlata? —La voz de tomás me sacó de mi trance. Lo vi a través del retrovisor, con la mirada preocupada fija en mí—. ¿Está bien? ¡Está muy pálida!
—Estoy bien... —respondí con la voz entrecortada. Apenas podía respirar por el dolor—. Solo llévame a casa. Y, Tommy... no le digas al Alfa que estuve aquí.
Por un momento dudó, visiblemente inquieto, antes de asentir.
—Entendido, Luna. Pero ¿quiere que llame al Dr. Kane?
—¡No! —La palabra salió más brusca de lo que pretendía—. Solo... a casa. Por favor.
El viaje de regreso fue una tortura. Cada bache del camino amplificaba el dolor de mi cuerpo maltrecho. Pero más que el dolor físico, lo que me destrozaba era el eco de sus voces.
—Pobre Luna...
—Demuéstrame quién es mejor...
—No puedo resistirme a ti...
De vuelta en la casa de la manada, me encerré en mi estudio. Con las manos aún temblando, tomé unas cuantas hojas. Las palabras fluían mientras escribía una tercera carta para unirla a las otras: una escrita con amor, otra con rabia, y ahora una con el alma desgarrada.
Mientras escribía, podía sentir la magia corriendo por mis venas, mientras las lágrimas me nublaban la vista. Una tras otra cayeron sobre el papel, pero, aun así, me obligué a continuar. Después de tres meses, él debía entender lo que había perdido.
Cuando terminé la carta, respiré profundo, pero una nueva opresión en el pecho me dejó sin aliento, y la maldita oscuridad se extendió por mi cuerpo como veneno.
Temblando, intenté ir al dormitorio para buscar mi medicina. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos por levantarme, la habitación comenzó a girar, obligándome a aferrarme a la mesa. Pero mis fuerzas eran nulas, por lo que, lentamente, caí al suelo, mientras todo se oscurecía.
Entonces, sentí una suave energía extenderse desde mis dedos: la magia del anillo.
Qué ironía que el hombre que me había traicionado, el que me hacía sufrir, también fuera el que me había dado el remedio divino para mi dolor.
Poco a poco, recuperé algo de fuerza. Con mano temblorosa, alcancé el frasco de medicina en la mesita de noche… solo para encontrarlo vacío.