Los ojos de Leon se abrieron al escuchar la voz de sus padres; sus pupilas grises recorrieron la habitación. Soltó un suspiro leve y su brazo pequeño abrazó el peluche de lobo blanco contra su pecho. Poco a poco, Leon giró la cabeza. Vio la figura alta al borde de la cama: Papá estaba sentado allí, todavía con el torso desnudo. La luz de la mañana se extendía sobre el pecho del Alpha. Allí se dibujaban varias marcas rosadas de arañazos, mordiscos apenas visibles y viejas cicatrices endurecidas formando surcos.
Leon solo miró. Parpadeó, evaluando algo. Papá captó la mirada de su hijo. Una sonrisa lenta se formó en sus labios mientras pasaba la mano por el cabello revuelto de Leon.
—Buenos días, Leon.
Leon solo asintió despacio. Sus ojos no se apartaron del pecho de Papá, lleno de cicatrices. Un niño humano normal tal vez no preguntaría nada, pero Leon había nacido de la sangre del Alpha y la Luna más fuertes. Su mente se desarrollaba rápido; su razonamiento y su instinto de lobo iban m