La sangre goteaba del mentón de Damian, cayendo lentamente sobre el suelo de acero oxidado de la estación subterránea, ahora convertida en un campo de batalla. Sus garras estaban agrietadas, su cuerpo cubierto de heridas que no terminaban de sanar. Sebastian se encontraba a unos metros de distancia.
—Te estás volviendo lento, Damian —se burló Sebastian mientras avanzaba—. ¿Heridas por la edad? ¿O miedo a que tu hijo te vea morir?
Damian no respondió. A su alrededor, decenas de cuerpos mutantes yacían esparcidos, los soldados del Knight Pack ya habían sido derrotados.
Desde el otro extremo de la sala, Aurora apareció, su cuerpo cubierto de la sangre del enemigo.
—No ganarás, Sebastian —dijo con firmeza.
Sebastian rió, mostrando una sonrisa llena de odio.
—¿Crees que su amor salvará al mundo?
Justo cuando Sebastian se disponía a lanzarse hacia Damian, una gran explosión sacudió la sala. La pared del lado oeste se derrumbó, y de entre los escombros emergieron dos pequeñas siluetas.
—¡¿Le