Damian le devolvió el beso a Aurora con una pasión abrasadora; sus manos se aferraron con firmeza a su cintura, atrayéndola más cerca hasta que no quedó ni un resquicio entre ambos. Su respiración se volvió pesada, clara entre el estruendo ensordecedor de la música.
—Tienes razón —murmuró entre jadeos, sus labios aún rozando los de Aurora—. Esta noche somos solo tú y yo.
Aurora se humedeció el labio inferior con lentitud.
—Vámonos de esta fiesta —susurró, mientras sus dedos se enredaban en el cuello de la camisa de Damian y lo acercaban con suavidad.
Damian no necesitó que se lo repitieran. Avanzaron rápido entre la multitud de invitados, escabulléndose por un pasillo silencioso hasta una habitación privada en el piso de arriba. En cuanto la puerta se cerró tras ellos, Aurora lo empujó contra la pared, sus manos pequeñas recorrieron el pecho firme bajo la camisa.
—Ya no puedo esperar más —gruñó Damian, atrapando sus muñecas y girándola con suavidad, invirtiendo la posición hasta domin