Cientos de invitados estaban formados en perfecto orden, en su mayoría ancianos de la manada, Alphas y Betas de manadas aliadas, además de medios de comunicación internacionales. En medio del círculo de piedra ancestral, Aurora y Damian permanecían de pie, uno al lado del otro. Detrás de ellos, Leon observaba con sus ojos grises e inocentes.
El Sacerdote de la Luna alzó las manos.
—Bajo la luz de la luna llena, en el altar de sangre ancestral, el Alpha y la Luna juran ante la manada. Damian White, ¿juras ante tu Luna, para redimir la herida, proteger la mordida legítima, hasta la muerte?
Damian sostuvo fuerte la mano de Aurora. Su voz sonó firme, clara en el micrófono que transmitía a decenas de cámaras.
—Yo, Damian White, juro ante la Diosa de la Luna. Me arrepiento del pasado, pago con mi sangre. Juro que nunca volveré a rechazar a mi Luna. Aurora es la única Reina de mis lobos.
Un leve aplauso rompió el silencio, algunos ancianos asintieron satisfechos. Los flashes iluminaron el ro