Un niño de casi cinco años estaba balanceando un gran palo de madera contra un muñeco de lobo.
—¡Otra vez, Leon! ¡Tu concentración empieza a flaquear! —dijo Valerie.
Leon hizo una mueca y apretó el palo con más fuerza. Su respiración era agitada, el sudor le empapaba la frente, aunque la temperatura alrededor era gélida.
—Es hijo del Alpha, pero es débil si solo se apoya en el nombre —murmuró uno de los entrenadores.
Leon lo oyó, pero no se volvió. Volvió a golpear, esta vez con más fuerza, hasta que el muñeco de entrenamiento cayó de bruces.
—Suficiente por hoy. —Valerie finalmente se acercó y tomó el palo de las manos de Leon.
Leon solo asintió levemente. Su mirada no era alegre, tampoco satisfecha. Algo le pesaba en el pecho.
En casa, Aurora estaba preparando té de hierbas cuando Leon entró con pasos lentos. No corrió, no la llamó como solía hacerlo.
Aurora lo notó. —¿Fue duro el entrenamiento, cariño?
Leon se sentó en el sofá, en silencio. Solo miraba el pequeño fuego en la chimen