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*—Callum:

Después de recorrer varios salones, todos decorados con el mismo lujo sobrio y atemporal, Dominick empujó una de las puertas de cristal y la abrió hacia la terraza. Una brisa templada los envolvió al salir, trayendo consigo el aroma de rosas y lavanda, pero no fue la fragancia floral lo que hizo que Callum se tensara.

Cuatro pares de ojos se volvieron hacia él, pero al instante Callum sintió el sudor perlándole la espalda y la garganta tan seca como si hubiera cruzado un desierto. Se quedó clavado en el lugar, los pies negándose a avanzar, como si su cuerpo entero percibiera el peligro.

Los Delacroix eran deslumbrantes, casi irreales, como si hubieran salido de una editorial de alta sociedad. Cada uno de ellos portaba una presencia imponente, elegante, marcada por ese aire natural que solo da el linaje y la seguridad heredada. Y ahora podía ver claramente de quiénes Dominick y sus hermanos habían heredado esa belleza devastadora.

—Buenos días —saludó un hombre maduro que se
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