Subtítulo:
“Cuando la traición se disfraza de lealtad, cada abrazo puede ser un puñal.”
La noche había terminado de engullir el bosque. Ni siquiera la luna se atrevía a asomar su rostro entre las nubes, como si temiera ser testigo de la fractura que se avecinaba. Las brasas se enfriaban lentamente, pero la tensión en el aire era una llama que no se apagaba.
Kael caminaba entre los restos de la cabaña con la mirada fija en la tierra, siguiendo las huellas de quienes se habían atrevido a desafiar su manada. Cada marca, cada rama rota, cada gota de sangre era una pieza del rompecabezas. A su lado, Kaleb avanzaba con pasos calculados, el ceño fruncido y la mandíbula apretada, como si cargara un peso que no se atrevía a compartir.
Ariadna los seguía de cerca, envuelta en un abrigo improvisado que Sofía le había puesto sobre los hombros. Sentía el pulso de la luna en su interior, no como un susurro esta vez, sino como un tamborileo ansioso que la empujaba hacia una verdad que aún no podía