Subtítulo:
“Algunas verdades no llegan con palabras… sino con ecos que se multiplican en el pecho.”
Sofía no era de las que observaban en silencio.
Siempre había sido impulsiva, directa, incluso brutal con la verdad. Pero con Ariadna, algo la hacía contenerse. No por miedo, sino por respeto. Porque podía ver la transformación que estaba ocurriendo frente a sus ojos… y no quería arruinarlo con una frase apresurada.
Esa mañana, mientras Ariadna comía fruta en el jardín, con el cabello suelto y la mirada perdida en los árboles, Sofía no pudo callar más.
—Te ves distinta.
Ariadna alzó una ceja.
—¿Eso es un cumplido?
—No sé aún. —Sofía cruzó los brazos—. ¿Desde cuándo tu piel brilla así? ¿Y ese cambio en tus ojos? Hay más luz en ti. Literalmente.
Ariadna sonrió, incómoda.
—Me siento diferente. Pero no sé explicarlo.
—¿Has considerado que… no sea solo un cambio espiritual?
—¿A qué te refieres?
Sofía se acercó, se sentó frente a ella y la miró fijamente.
—¿Has sentido mareos, aumento de tem