Subtítulo:

“Algunas respuestas no llegan desde fuera… sino desde lo eterno que habita en ti.”

Kael llevaba horas caminando por el bosque.

No podía dormir. No podía dejar de pensar en lo que Sofía le había dicho, en lo que Aslan susurraba en su mente cada vez con más insistencia.

“No estamos solos.”

Algo en Ariadna había cambiado. No solo su energía, su olor… sino su aura. Se había vuelto más intensa, más cálida, más… luminosa. Kael la observaba en silencio, sin querer perturbarla, pero su instinto gritaba que algo crecía dentro de ella. Algo sagrado.

Esa noche, se sentó en lo alto de la colina. Desde ahí podía ver la cabaña donde ella dormía. La luna colgaba enorme sobre el cielo, bañando todo con una luz plateada. El viento le trajo el aroma de Ariadna mezclado con tierra húmeda y hojas.

Y de nuevo, el susurro.

“Dos latidos.”

Kael apretó los dientes. No quería suponer. No quería esperanzarse. Pero su alma empezaba a intuir lo que su mente aún no se atrevía a aceptar.

Mientras tanto,