Paolo sintió náuseas al escuchar lo que su hijo le estaba contando, todo lo que había pasado hasta hace unos cuatro meses atrás.

Las palabras de Claudio caían como piedras sobre el pecho de Paolo, cada una más pesada que la anterior.

No era solo rabia lo que sentía por sentirse engañado... era un dolor profundo, como si alguien le hubiera desgarrado por dentro.

-Hijo... -murmuró, apenas encontrando su voz

-¿Por qué... por qué no me dijiste antes? ¿Porque no me buscaste? Soy tu padre.

El joven bajó la mirada, jugueteando con sus manos.

-No quería que te avergonzaras de mi... creí que era mejor callar.

-¿Callar? -Paolo alzó la voz sin querer, sintiendo cómo la indignación le quemaba la garganta.

-¡Callar mientras te hacían eso!

El chico apretó los labios, aguantando las lágrimas. No estaba acostumbrado a ver a su padre así, tan fuera de control.

Paolo se levantó de golpe, caminando hacia la ventana para poder respirar. Ante esa confesión de su hijo, no se percató de Adrianna, tenía que