Sofía sentía que estaba en una encrucijada. Por un momento se puso en el lugar de Adrianna y tomó una decisión.
—Adrianna merece la verdad. Y no me voy a callar. —se dijo al momento de cruzar la puerta que fue cerrada tras de ella.
Salió, dejando atrás a Claudio, a su sombra, a sus pecados.
Y una lágrima más, sin testigos, rodó por el rostro del hombre que alguna vez sonrió como un príncipe… y se convirtió en un monstruo.
Claudio no se movió al principio. Permaneció en silencio, con los puños aún cerrados, los ojos clavados en la puerta por la que Sofía se había marchado. El eco de sus pasos aún parecía rebotar en las paredes, como si su presencia se negara a desaparecer del todo. La habitación estaba en penumbra, pero no era por falta de luz, era su alma la que parecía haber arrastrado con ella toda la oscuridad del pasado.
La respiración de Claudio era pesada. El silencio le dolía más que cualquier grito.
—Es hora de ir a tu celda muchacho. —dijo el guardia que empujó la silla. Par