Ornelas los miró a ambos. Sentía una extraña paz. Una sensación de que, por fin, ya no estaría sola tenía otros miembros que ahora forman parte de su familia. Una hermana y tres sobrinos a los que había visto crecer hasta ahora.
—Entonces… ¿desayuno en casa Lanús este domingo? —preguntó Adrianna con una sonrisa.
—Por su puesto que si. —respondieron al unisono Enzo y Ornelas.
Adrianna soltó una risa inesperada. Paolo la miró, sintiendo cómo su rostro se iluminaba por primera vez en días.
—Tú cocinas —bromeó Enzo mirando a su hija.
—Por supuesto que no —respondió Ornelas alzando una ceja.
— Se le quema el agua. Si no lo supiera yo que en las noches de pijamada hemos tenido. —resplndió y todos rieron.
—Bueno Pero lo intenta que es ll importante... Llevo buen vino, y la mejor actitud para conocer a mis nietos.
—Son un amor mis sobrinos. Casi que los ví nacer papá. —agregó Ornelas.
Enzo sintió pesar y arrepentimiento por no haber sido un padre cercano a Ornelas y así a sus amistades.