Un Alfa arrepentido.
Extrañamente las lunas no habían despertado todavía y ya eran cerca de las dos de la tarde. Cosa muy extraña porque ellas siempre bajaban a desayunar.
El rey Salvatore se dirigía al despacho después de darse una ducha, pero fue interceptado por sus cachorros apenas bajó las escaleras.
Los lobeznos estaban un poco tristes, y andaban como alma en pena por el castillo.
— Papá, mamá aún no se ha despertado, ella siempre nos acompaña a merendar, ya casi es la hora de comer y no baja, ¿Crees que esté enferma o que no quiera ver a los cachorros? — El pequeño Lionel pestañeaba esperando la respuesta de su padre.
— ¡Yo no hice nada para enfadar a mamá, seguro que fue Leo, él siempre es el que le da problemas, y la preocupa!
El cachorro mal miró a su hermano mayor, lo estaba exponiendo frente a su padre.
— Está vez no fuí yo, quizás fue papá. ¡Siempre me culpan a mí de que mamá se moleste!
Tengan un poco de paciencia, iré a ver a sus tíos al despacho, y después subiré para ve