El silencio de la habitación era casi sepulcral. Katerina estaba sentada en el borde de la cama, con la vista fija en su teléfono. La llamada entrante de Irina parpadeaba en la pantalla, y aunque su primer impulso fue ignorarla, algo dentro de ella titubeó.
—Quizás… quizás solo quiere hablar —susurró para sí misma.
Con un suspiro profundo, deslizó el dedo sobre la pantalla y atendió la llamada.
—Hija, me alegra que hayas contestado.
La voz de Irina sonó suave, diferente a las veces anteriores. No había presión ni manipulación evidente. Solo un tono dulce y comprensivo que le recordó, por un instante, cómo solía ser antes de su distanciamiento.
—Mamá… —murmuró Katerina, insegura.
—Sé que ha sido difícil para ti —continuó Irina—, pero quiero verte. Solo quiero que conversemos. Nada más.
Katerina dudó. Después de la última conversación con su madre, su mente se había llenado de pensamientos confusos. La idea de que Aaron estaba en peligro por su culpa se había arraigado en su subconscien