El viento helado de Rusia cortaba la piel como cuchillas invisibles mientras Katerina se mantenía pegada a la sombra de los muros de hormigón de la base de Vikram. La nieve bajo sus botas crujía con suavidad, pero no lo suficiente como para alertar a nadie.
Rustem, su inesperado aliado en esta locura, avanzaba unos pasos por delante, con la postura tensa y el arma lista. Katerina apenas podía creer que habían llegado tan lejos sin ser detectados. Habían pasado días planeando cada movimiento, cada distracción, cada acceso a los puntos ciegos de seguridad. Pero aun así, sabía que el peligro acechaba en cada rincón.
El edificio principal de Vikram se alzaba imponente ante ellos. Un monstruo de concreto, diseñado para ser inexpugnable. Y sin embargo, estaban dentro.
Habían logrado infiltrarse gracias a la arrogancia de Vikram.
Después de haber capturado a Aaron, el líder criminal se había confiado, creyendo que nadie se atrevería a desafiarlo en su propio terreno. Su foco estaba en Alessa