El viento helado de Rusia cortaba la piel como cuchillas invisibles mientras Katerina se mantenía pegada a la sombra de los muros de hormigón de la base de Vikram. La nieve bajo sus botas crujía con suavidad, pero no lo suficiente como para alertar a nadie.Rustem, su inesperado aliado en esta locura, avanzaba unos pasos por delante, con la postura tensa y el arma lista. Katerina apenas podía creer que habían llegado tan lejos sin ser detectados. Habían pasado días planeando cada movimiento, cada distracción, cada acceso a los puntos ciegos de seguridad. Pero aun así, sabía que el peligro acechaba en cada rincón.El edificio principal de Vikram se alzaba imponente ante ellos. Un monstruo de concreto, diseñado para ser inexpugnable. Y sin embargo, estaban dentro.Habían logrado infiltrarse gracias a la arrogancia de Vikram.Después de haber capturado a Aaron, el líder criminal se había confiado, creyendo que nadie se atrevería a desafiarlo en su propio terreno. Su foco estaba en Alessa
El sonido de la respiración agitada de Katerina llenaba el sótano mientras se apresuraba a soltar las ataduras de Aaron. Su rostro estaba cubierto de sangre y golpes, pero sus ojos azules, aunque nublados por el dolor, brillaron cuando la vio.—¿Katerina? —su voz sonó ronca, incrédula.—Voy a sacarte de aquí, Aaron —susurró ella, luchando contra los nudos con manos temblorosas.Pero justo cuando logró liberar una de sus muñecas, un sonido metálico resonó a sus espaldas. La puerta del sótano se abrió de golpe y un hombre armado entró.—¡ALTO!Rustem reaccionó antes que nadie. Se lanzó contra el guardia con una velocidad brutal, acuchillándolo en el cuello antes de que pudiera disparar. Pero la alarma ya estaba dada.—¡Nos descubrieron! —gruñó Rustem, girando hacia Katerina—. ¡Termina rápido!Katerina se apresuró a soltar la otra muñeca de Aaron.—¿Puedes ponerte de pie? —preguntó desesperada.Aaron soltó un gemido de dolor, pero con el apoyo de Katerina y Rustem, logró incorporarse. Su
El tic-tac del reloj en la pared era el único sonido que rompía el silencio en la habitación del hospital. La suave luz del atardecer se filtraba por la ventana, tiñendo de dorado las sábanas blancas que cubrían el cuerpo inmóvil de Aaron Morgan.Katerina estaba sentada junto a la cama, su mano sosteniendo con ternura la de su esposo. Sus dedos acariciaban la piel cálida, sintiendo el pulso débil que aún latía bajo su tacto.Seis meses.Seis meses desde aquel día en Rusia. Desde que el mundo de Katerina se detuvo cuando vio a Aaron desplomarse en sus brazos. Desde que suplicó entre gritos y lágrimas que no la dejara.Seis meses de esperas interminables. De noches sin dormir. De miedo constante a que nunca volviera a abrir los ojos.Pero Katerina no se rindió. Se mantuvo firme a su lado, hablándole todos los días, contándole sobre el mundo que él aún no podía ver.Y ahora, mientras lo miraba, su corazón latía con una mezcla de amor y desesperación.—Aaron… —susurró, apretando su mano—.
El sonido rítmico de las olas rompiendo en la orilla acompañaba el murmullo del viento. La arena blanca y tibia se deslizaba entre los dedos de Katerina mientras sostenía en brazos a su pequeño Alexander, quien dormía plácidamente. La brisa marina jugaba con los rizos oscuros del bebé y movía suavemente el vestido ligero de su madre.A unos metros de ella, Aaron encendía una fogata con habilidad. Vestía una camisa de lino blanca, desabotonada en el cuello, y unos pantalones cortos que dejaban al descubierto las cicatrices en sus piernas, recordatorio de todo lo que habían pasado. Pero ahora, en este instante, no había guerra ni sombras, solo ellos tres, en paz.Katerina lo observó con una sonrisa suave, su corazón latiendo con una tranquilidad que no había sentido en años. Aún le parecía irreal que, después de tanto sufrimiento, pudieran estar allí, juntos, con su hijo entre ellos.Aaron se giró y la atrapó mirándolo. Su sonrisa ladeada la desarmó por completo.—Si sigues mirándome as
La catedral estaba iluminada con cientos de velas, reflejando su luz sobre los vitrales coloridos. El aroma a flores frescas impregnaba el aire, mientras una suave melodía de violines envolvía el lugar en un ambiente de ensueño.Aaron Morgan se encontraba de pie en el altar, vestido con un traje negro perfectamente ajustado a su figura. Su corbata de seda azul oscuro hacía juego con el tono de sus ojos verdes, los cuales brillaban con emoción y expectativa. Sus manos estaban entrelazadas frente a él, pero cualquiera que lo conociera sabría que era su forma de contener los nervios.Alicia, su madre, estaba sentada en la primera fila, sosteniendo al pequeño Alexander en sus brazos. El bebé, con sus ojos tan parecidos a los de Aaron, miraba a su alrededor con curiosidad, balbuceando suavemente, como si entendiera que aquel era un día especial.Marcus Aponte, el prometido de Alicia Michelle, se inclinó hacia Aaron con una sonrisa.—Respira, amigo. No vayas a desmayarte justo cuando tu esp
ANTES DE INICIAR CABE ACLARAR QUE ESTA HISTORIA PERTENECE A LOS HIJOS DE LA HISTORIA CONTRATO DE AMOR, ESCRITA POR MI Y QUE SE ENCUENTRA EN EL PERFIL. NO OBSTANTE, NO ES NECESARIO LEER ESA HISTORIA YA QUE NO ESTAN CONECTADOS. El casino Volkov brillaba bajo las luces doradas de las arañas de cristal. La música de jazz suave flotaba en el aire, mezclándose con el sonido de las fichas deslizándose sobre las mesas y el tintineo de las copas de whisky caro. Era un lugar exclusivo, solo para la élite de Rusia, un refugio para los hombres más peligrosos del país. Katerina Volkov caminaba entre las mesas de póker y ruleta con la gracia de una reina en su palacio. Su vestido negro de seda resaltaba su figura esbelta, y sus ojos de un azul profundo analizaban cada movimiento con cautela. No pertenecía a este mundo de apuestas y traiciones, pero su padre, Sergei Volkov, la había traído esta noche por un motivo que aún no comprendía. Desde el otro lado del casino, un hombre la observaba. Aa
El silencio en el casino era sofocante. Katerina Volkov apenas podía sostenerse en pie, su cuerpo tembloroso era incapaz de asimilar la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Su padre la había entregado. Su propio padre la había vendido como si fuera un mero peón en su juego de poder. Aaron Morgan se giró hacia uno de sus hombres, un guardaespaldas de rostro pétreo vestido con un impecable traje negro. —Lleven todas sus pertenencias a mi residencia —ordenó con su tono frío y autoritario digno de un Rey. Los hombres asintieron y, sin vacilar, salieron del casino para cumplir la orden. Katerina sintió su estómago revolverse. —No. —Su voz se quebró mientras se aferraba al brazo de su padre, como si su toque pudiera traer de vuelta el hombre que alguna vez creyó que la protegería, al hombre que cuando había dado sus primeros pasos la aplaudia y estaba orgulloso de ella, el mismo hombre que cuando se caía ahí estaba para levantarla —. Padre, por favor. No lo hagas – ella suplicaba con
El viaje en el avión privado de Aaron Morgan fue una tortura silenciosa. Katerina Volkov no pronunció ni una sola palabra. Se mantuvo sentada, con la espalda rígida y las manos apretadas sobre su regazo, observando con resentimiento el horizonte que se extendía más allá de la ventanilla. Las luces de la ciudad se desdibujaban bajo ellos, y con cada milla que avanzaban, Katerina sentía que su vida quedaba más y más atrás. Su hogar. Su país. Su libertad. Todo se desvanecía, y lo único que la esperaba era un futuro incierto en manos de un hombre al que odiaba con cada fibra de su ser. Intentó calmarse, respirar, encontrar un atisbo de control en una situación en la que no tenía ninguno. Pero era imposible. La desesperación la devoraba desde dentro, la sensación de encierro se hacía cada vez más insoportable. Estaba atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Aaron, por su parte, no parecía afectado en absoluto. Se recostaba con arrogancia en su asiento, bebiendo whisky