El reloj en la pared marcaba las siete de la mañana cuando el teléfono de Irina vibró sobre la mesa de mármol. Un mensaje de Vikram aparecía en la pantalla con una instrucción clara y precisa:

“Cítala para hoy. Asegúrate de que no se niegue.”

Irina suspiró, dejando la taza de café a un lado. Había trabajado demasiado para llegar a este punto, y no estaba dispuesta a permitir que Katerina escapara de su destino.

Marcó el número de su hija sin pensarlo demasiado.

—¿Mamá? —la voz de Katerina sonó apagada, como si no hubiese dormido bien.

—Buenos días, querida —respondió Irina con suavidad—. ¿Dormiste bien?

Hubo un silencio breve.

—Lo suficiente.

Irina sonrió para sí misma.

—Quería verte hoy. ¿Puedes venir a casa en unas horas?

—Mamá, no sé si…

—No aceptaré un no por respuesta, Katerina —interrumpió Irina con dulzura, pero con firmeza—. Hay algo importante de lo que quiero hablar contigo.

Katerina suspiró al otro lado de la línea.

—Está bien.

—Perfecto. Nos vemos en una hora.

Irina colgó