La noche se extendía silenciosa sobre la mansión.
El reloj en la pared marcaba las tres de la madrugada.
El aire era denso, sofocante, como si la casa misma presionara contra su pecho.
Katerina abrió los ojos lentamente.
Había dormido mal.
La conversación con Aaron aún retumbaba en su cabeza.
Sus palabras seguían clavadas en su pecho como espinas venenosas.
"Tu vida ya no está en Rusia."
"Tu padre te vendió."
"No tienes derecho a exigir nada."
Rabia. Dolor. Desesperación.
Su corazón latía con fuerza.
Se sentó en la cama, sintiendo que la respiración le fallaba.
No podía seguir aquí.
No quería.
No iba a quedarse un minuto más.
Se puso de pie, su mente decidida.
Si Aaron se negaba a llevarla a Rusia, lo haría sola.
Se movió con cautela, mirando la figura inmóvil de Aaron.
Él dormía profundamente.
Su respiración era pausada, serena, como si no cargara con el peso de sus pecados.
Katerina sintió una punzada de resentimiento.
Él dormía tranquilo mientras ella se ahogaba en desesperación.
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