Katerina se quedó inmóvil, con el cuerpo tembloroso, mientras las palabras de Aaron aún resonaban en su mente.
—No voy a llevarte a Rusia.
El aire en la habitación se sentía sofocante.
Pero ella no podía aceptar ese destino.
No cuando su padre acababa de morir.
No cuando sentía que lo único que le quedaba de su vida anterior estaba siendo arrancado de su ser.
—No puedes hacerme esto —dijo con la voz temblorosa—. Tengo que ir a Rusia, Aaron. Es mi derecho. Por favor, despedirme de mi padre.
Aaron la observó en completo silencio.
Su expresión era gélida, impenetrable. Sus facciones masculinas estaban totalmente endurecidas.
—No tienes derecho a nada.
Katerina abrió los ojos con sorpresa y dolor.
—¿Qué… qué estás diciendo?
Aaron dio un paso hacia ella, su imponente presencia haciéndola sentir aún más pequeña.
—Tu vida ya no está en Rusia, Katerina. Sergei te vendió a mí.
Su voz fue tajante, sin espacio para dudas.
Katerina retrocedió un paso, sintiendo cómo el aire le faltaba.
—Eso no es