El beso se volvía más intenso, más urgente.
Aaron la sostenía con firmeza, su mano en la cintura de Katerina apretándola contra su cuerpo con una necesidad que ni él mismo entendía.
Katerina, atrapada en el fuego de aquel momento, se aferraba a su camisa, sus dedos crispados sobre la tela, como si temiera que él se alejara.
Pero entonces…
El sonido estridente de un teléfono rompió la burbuja en la que estaban atrapados.
Aaron frunció el ceño contra sus labios, ignorando la llamada al principio.
Pero el insistente timbre volvió a sonar, exigiendo su atención.
Con una exhalación frustrada, Aaron se separó lentamente, aún con su mano en la cintura de Katerina, como si le costara dejarla ir.
Los labios de Katerina estaban hinchados y su respiración entrecortada.
La intensidad de lo que acababa de suceder la dejó aturdida, con la mente nublada.
Aaron sacó su teléfono y miró la pantalla.
El nombre Anya apareció iluminado.
Sus ojos verdes se endurecieron por un segundo antes de contestar.
—¿