La mañana comenzó sin sobresaltos. Sofía ajustó la manta sobre Lilly en el cochecito mientras caminaba hacia la pista de entrenamiento. El rugido del motor inundaba el lugar y el suelo vibraba bajo sus pies.
Sebastián ya estaba ahí, al volante, tomando las curvas con precisión, como si parte de él perteneciera a esa pista desde siempre. No era solo técnica. Era entrega. Cada giro, cada aceleración, parecía un recordatorio silencioso de por qué seguía disfrutando de eso.
Y estaría eternamente agradecido con Sofía por eso, por haberle regresado una de las cosas que más ha amado hacer en toda su vida, y de poder reconciliarse, de una u otra manera, con la culpa de haber perdido a su mejor amigo.
Sofía lo observó desde la barrera y apretó el cochecito con suavidad. El olor a combustible mezclado con el viento frío le recorría los brazos, y cada vez que él pasaba frente a ella, sentía el pecho tensarse.
Era una extraña mezcla de orgullo y miedo, ese que se colaba inevitablemente cuando uno