Miguel los seguía observando mientras sentía que su corazón comenzaba a encogerse, a tensarse, a doler. Era como si su pecho ya no tuviera las fuerzas o la capacidad para sostenerlo.
Quiso moverse. Quiso ir hacia ella. Quiso recordarle todo lo que él había sentido, lo que había callado, lo que creía que había entre ellos. Quiso gritar por qué no era él el que recibía esa mirada, esa risa, esa calma. Pero sus piernas no respondieron.
—Fue un accidente— se dijo a sí mismo, tratando de recordar cómo se respiraba, cómo regresar a la normalidad.
Pero su pecho ardía. Su orgullo ardía. Su historia con ella ardía y amenazaba con convertirse en ceniza. No lo permitiría, usaría todos los medios posibles para hacerle entender a Sofía que ella lo amaba a él, no a Sebastián, que él era solo una pequeña confusión, un error que debía ser arreglado, porque no era lo suficientemente bueno para ella.
Y el golpe de realización que recibió Miguel lo llevó a entender que Sofía no actuó como alguien evitan