Sofía estuvo en el hotel con su hija un par de días, aunque pareciera que estaba siendo prisionera de su madre, ella estaba mucho más preocupada por saber qué había sucedido con Sebastián.
Esa mañana, Martín por fin se dignó a verla. Sofía lo buscó apenas llegó, con la urgencia reflejada en la mirada y en la forma en que apretaba con los dedos la manta de Lilly. Habían pasado días sin noticias, y la ansiedad ya le pesaba en el cuerpo.
—¿Supiste algo de Sebastián? —preguntó sin rodeos, apenas lo vio cruzar la puerta.
Martín tardó en responder. Tenía los ojos cansados, la barba de dos días y ese aire de quien ha dormido poco y pensado demasiado.
—Poco —admitió—. No hay mucha información pública. Pero sé que está entrenando fuera del país. Va a competir en una carrera internacional, una de las más peligrosas.
—¿Qué clase de carrera? —Su voz se quebró, apenas hizo la pregunta.
—De automovilismo —explicó él—. Una que solo se atreve a correr la gente que ya no tiene nada que perder. Si gana