Miguel bajó del avión con el cuerpo tenso, como si la rabia aún no hubiera encontrado salida. No había dormido durante el vuelo; pasó todo el viaje recordando la discusión en la isla, la voz de Sofía justo cuando le pidió que se marchara. Su mente repetía cada palabra, cada gesto, con una mezcla de culpa y orgullo herido que no lograba distinguir.
Apenas cruzó el aeropuerto, buscó su teléfono y marcó el número del dueño del club donde solía competir Sebastián. No se molestó en saludar. Le preguntó directamente cuándo sería su próxima carrera y si estaría en el país esa semana. El hombre respondió con cautela, sorprendido por la brusquedad de su tono. Miguel solo dijo que necesitaba hablar con él, que era urgente. Colgó antes de escuchar una respuesta completa.
El sol de la ciudad lo recibió con una claridad que le resultó insoportable. Sentía la camisa pegada al cuerpo y la cabeza llena de pensamientos confusos. Al llegar a casa, abrió la puerta sin hacer ruido, pero la encontró esper