Miguel, satisfecho consigo mismo, sintiendo que había dado un paso más para acercarse a Sofía, guardó el pequeño juguete en el bolsillo de su chaqueta. Había pasado días convenciéndose de que no debía volver a buscarla, pero algo dentro de él lo traicionaba. No podía apartarla de sus pensamientos, ni ignorar la calidez que le provocaba recordar a la niña riendo, sosteniendo aquel objeto entre sus diminutas manos.
Decidió quedarse un poco más en la isla. Rentó una casa cercana, con la excusa de que necesitaba descansar, pero en realidad quería esperar a que Sofía se cansara de aquel lugar y aceptara regresar con él a casa.
Los días siguientes transcurrieron con una calma tensa. Sofía, sin ánimo de explicarle nada, fingió que él no existía. Lo veía pasar frente a la tienda, de vez en cuando, fingiendo revisar el celular o hablar con alguien, y solo desviaba la mirada para no darle la satisfacción de una reacción.
Atendía su floristería como siempre, con la serenidad de quien se aferra a