Sofía lo miró fijamente, con la respiración contenida y las manos apretadas en puños junto a su cuerpo. Estaba a punto de responderle, de decirle que no tenía derecho a amenazarla, que su vida no le pertenecía y ella decidía por sí misma. Pero el sonido repentino de un teléfono interrumpió el aire tenso. Miguel miró la pantalla y frunció el ceño. Era Clara.
El gesto en su rostro cambió de inmediato, se frunció ligeramente. Contestó con un «¿qué pasa?» seco, sin apartar del todo la mirada de Sofía. Una voz alterada se filtró desde el otro lado, lo bastante fuerte como para que ella alcanzara a oír parte de la conversación. Clara sollozaba, decía que el niño estaba enfermo, que lo habían internado de emergencia y que no sabía si pasaría la noche.
Sofía sintió un vuelco en el estómago. Reconoció el tono dramático de Clara, el temblor estudiado de su voz. No podía escuchar todas las palabras, pero bastó con oír la forma en que repetía «ven rápido« y «se está poniendo morado» para entender