En casa de Miguel, todo estaba de cabeza. Clara estaba emocionada con la idea de su compromiso y boda, ella estaba emocionada con la mera idea de volverse señora de esa casa, de que su hijo tuviera un padre, aunque no fuera biológicamente de Miguel.
Era tanta la emoción que terminó contratando a una diseñadora de modas reconocida para que se encargara del diseño y confección de cada uno de los vestidos que usaría desde la fiesta de compromiso, hasta el de la recepción de la boda.
Quería ser el centro de atención de cada una de las celebraciones, asegurarse de que cada faceta de sí misma se mostrara de manera perfecta.
Solo había algo que le molestaba realmente, pero que no demostraría para no estropear ninguno de sus avances, y era que Miguel seguía excusándose en el trabajo para no participar directamente en ninguno de los preparativos y, ni siquiera ese día, había aparecido.
Clara terminó llamando al único que jamás le diría que no, a Martín, para que le sirviera de referencia. Ella