La ansiedad le corroía las entrañas a Martín. Desde el comienzo supo que dejar solo a Miguel era una completa tontería, pero no podía ir detrás de él como un niñero, mucho menos cuando él lo había obligado a aceptar las negociaciones en Singapur.
El vuelo había sido una eternidad, y cada minuto de tráfico desde el aeropuerto le parecía una tortura. Finalmente, llegó al apartamento de Sofía y llamó al timbre con urgencia. La puerta se abrió, revelando a Sofía con Lilly en brazos. Su expresión de sorpresa se transformó en preocupación al ver el rostro desencajado de Martín.
—¿Martín? ¿Qué haces aquí? Pensé que tu vuelo llegaba más tarde.
—Lo adelanté. ¿Dónde está Miguel? —preguntó, sin preámbulos, pasando junto a ella y escaneando la sala vacía.
—No está —respondió Sofía, cerrando la puerta—. Nosotras estuvimos fuera y regresamos hace poco; llegamos y no estaba, no dejó ninguna nota, no mencionó dónde podría estar.
—¿Solo? —Martín se pasó una mano por el cabello, desesperado—. ¡No puede