A la mañana siguiente, Sofía se encontraba en uno de los lugares que le provocaban una mezcla de emociones: miedo y felicidad. Miedo, porque en la pista de carreras podría suceder cualquier cosa y Sebastián no tenía la vida comprada, y felicidad, porque sabía que era algo que Sebastián disfrutaba realmente y le daba sentido a mucho de lo que vivió. Era la prueba constante de que el pasado no debía tener el poder de arrancarte las alas.
Su mirada seguía instintivamente al auto número 17, que parecía ser una bala plateada que atravesaba la pista a una velocidad impresionante. Sebastián estaba en su elemento, y verlo dominar la curva con esa mezcla de audacia y control le llenaba de una admiración que iba más allá de lo fraternal. Era la certeza de estar viendo a alguien en su lugar exacto en el mundo.
El timbre de su celular cortó el hechizo. La pantalla mostraba el nombre de Miguel. Un fastidio profundo se apoderó de ella, pero lo contestó por pura formalidad y por el bien de su plan.