Clara observó el rostro de Miguel con atención, tratando de descifrar el silencio que se extendía entre ellos. Ese silencio era nuevo, incómodo, y no jugaba a su favor. Miguel siempre había sido un libro abierto para ella, pero ahora parecía impenetrable. Respiró hondo, como si estuviera midiendo cada una de sus palabras antes de soltarlas.
—Nunca me amaste —murmuró él, más para sí mismo que para ella, como si acabara de aceptar una verdad que llevaba tiempo evitando.
Clara sintió que el suelo se movía bajo sus pies, no por remordimiento, sino por el peligro que representaba esa conclusión. Apretó la mandíbula y se acercó un poco más, deslizando las manos sobre la cama en un gesto que pretendía ser íntimo.
—¿Cómo puedes decir eso? Claro que te amé —dijo, suavizando la voz hasta hacerla casi una caricia, aunque sus ojos mantuvieran esa frialdad que Miguel empezaba a reconocer—. Pero tú nunca supiste lo difícil que fue para mí sobrevivir antes de conocerte. Llegaste a mi vida como una t