—¡Gracia, mi amor! —exclamó Maximilien al verla caer. Corrió hacia ella, la tomó entre sus brazos y, sin perder tiempo, bajó las escaleras con rapidez, llevándola directamente al servicio de urgencias.
Antes de llegar, Gracia abrió los ojos lentamente, aún aturdida por el mareo.
—¿Qué pasó? ¿A dónde vamos? —preguntó con la voz débil, al ver que el auto se detenía frente a la clínica.
—Te desmayaste, mi amor. Los doctores ya nos están esperando.
Ella miró a su alrededor, confundida, y negó con la cabeza. Empezaba a sentirse un poco mejor.
—Esto es un poco exagerado... Seguro fue solo por cansancio. No era necesario venir al hospital.
Maximilien frunció el ceño, visiblemente molesto.
—Precisamente por eso debemos asegurarnos. No es normal que alguien se desmaye sin razón. Vamos.
Salió del auto y rodeó el vehículo para abrirle la puerta. En ese momento, dos enfermeras llegaron con una silla de ruedas. Gracia, aún sin comprender del todo la situación, se dejó guiar.
—Estoy bien, en serio.