El sonido de las llaves girando en la cerradura rompió el silencio apacible de la tarde. Gracia estaba en la sala, sentada en el sofá con Hope dormida en sus brazos, ya la pequeña tenía cuatro meses y Gracia se había acostumbrado a las labores de madre.
—Hola, mi amor —la voz de Maximilien llegó grave y cálida desde el umbral, mientras dejaba su abrigo en el perchero. Sus ojos fueron directo a la pequeña—. Y aquí está mi princesa… —dijo, acercándose y extendiendo los brazos para recibir a la bebé.
Gracia se la entregó con cuidado, y él la sostuvo contra su pecho, besando su frente.
—Te extrañé, pequeña —murmuró, balanceándola suavemente. Luego miró a Gracia—. También a ti. —Maximilien la besó.
Ella sonrió, aunque no pudo evitar que sus labios dibujaran un gesto cansado. Él la notó al instante.
—Gracia, cariño, insisto, debemos contratar la niñera. Mi amor, luces cansada.
—No estoy cansada por cuidar a Hope, solamente los últimos días con la lactancia he estado un poco agotada, es todo