POR FIN EN SUS BRAZOS.

Maximilien se incorporó lentamente, sintiendo cómo la adrenalina empezaba a ceder. Se levantó del suelo y, sin decir nada, rodeó a Gracia con los brazos. Ella apoyó la cabeza en su pecho, dejando escapar un suspiro quebrado.

—Gracias… —susurró con la voz ahogada—. Gracias por ser tan buen esposo… por cuidarnos, por nunca soltarme, Maximilien.

Él cerró los ojos, apretando su abrazo, no quería soltarla. En las ultimas semanas el temor a perderlas era tan fuerte, que moriría si ellas llegaban a faltarle.

En ese momento, la puerta se abrió. Una enfermera entró con paso firme, cargando un pequeño bulto envuelto en una manta clara. Gracia alzó la vista y el mundo se le detuvo. Sus manos comenzaron a temblar incluso antes de ver el rostro de su hija.

—No… —balbuceó, incorporándose con torpeza. —¿Es mi… es mi hija?

La enfermera avanzó despacio hasta quedar a su lado y le tendió a la bebé. El llanto de Gracia estalló de golpe, un sollozo profundo que le dobló las rodillas. Recibió a su hija c
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