Gracia caminaba a paso apresurado. Se adentró en uno de los pasillos del hospital y se recostó contra la pared, intentando recuperar el aliento. Apretó los labios mientras el pecho le ardía de rabia. Las desgracias parecían no darle tregua, y ya no sabía cuánto más podría soportar.
Maximilien la había seguido, y al encontrarla así, tan vulnerable, se acercó con la intención de consolarla.
—Gracia, todo esto me importa de verdad. No me gusta verte así.
Ella alzó la mirada con firmeza, desafiante.
—¿Quién te dijo que estoy mal? Estoy perfectamente bien. Mi padre está enfermo, sí, pero estoy segura de que va a recuperarse.
—También lo creo. Me encargaré de todo lo que necesite, no tienes que preocuparte. Cubriré su tratamiento y buscaré a los mejores médicos.
Gracia soltó una sonrisa cargada de ironía.
—¿Siempre crees que todo se resuelve con dinero?
—No se trata de eso, Gracia. Eres mi esposa, es mi deber estar para ti.
Ella lo miró directo a los ojos. Las palabras de Caleb volvieron a