La llamada se cortó y, apenas unos segundos después, la pantalla del teléfono de Maximilien se encendió con un mensaje entrante.
Lo abrió.
“Mañana, a las 9:00 a.m. exactas. Sal de la ciudad por la ruta vieja del sur. Llegarás a un cruce de caminos, toma el sendero estrecho de tierra que sube hacia la colina. No pares, no llames, no traigas a nadie, ni se te ocurra avisarle a la policía. No te desvíes ni un solo metro, porque sé cómo contar cada paso. Si llegas tarde, si veo algo raro… no vuelves a ver a tu hija. Lleva ropa cómoda. Y tus maletas.”
El tono del mensaje era tan calculado, tan obsesivo, que parecía una orden militar. Maximilien seguía sin creer que fuera ella la que estaba orquestando todo, sobre todo, seguía sin poder entender una razón valida.
Maximilien respiró hondo, sintiendo cómo el corazón le golpeaba el pecho. Dio media vuelta con brusquedad y condujo de regreso a la comisaría.
***
—Es un juego psicológico —dijo el comisario, después de leer el mensaje varias vece