El teléfono de Maximilien seguía vibrando en su mano. La pantalla mostraba el número de la comisaría.
Se obligó a respirar antes de contestar.
—¿Comisario?—dijo con voz grave.
—Necesitamos que venga de inmediato, señor Fuenmayor —respondió el oficial a cargo—. Es urgente.
Maximilien miró de reojo a Gracia, que aún sollozaba en sus brazos. El médico había aumentado el sedante y sus párpados empezaban a cerrarse.
Se inclinó hacia ella.
—Voy a volver, preciosa… —le susurró—. Pandora se quedará contigo.
Gracia intentó aferrarse a su camisa, pero sus dedos se relajaron. El sueño, forzado y amargo, la venció.
Maximilien se incorporó y fijó la mirada en Pandora.
—No la dejes sola ni un segundo.
—Lo prometo —dijo ella, con un nudo en la garganta.
Sin perder más tiempo, salió del hospital. El motor del auto rugió en cuanto giró la llave, y en minutos, la ciudad quedó detrás de él.
***
El olor a café viejo y humedad llenaba la comisaría. Fernando estaba sentado en una silla de metal, esposado,