Gracia solo podía aferrarse a la única persona que le quedaba en el mundo, la única que aún representaba su fuerza. En los últimos días, pasaba más tiempo en el hospital, acompañando a su abuela. Por suerte, los tratamientos estaban funcionando y la anciana mostraba mejoría, lo que permitía momentos de compañía más cálidos.
—Abuelita, me alegra tanto que ya te sientas mejor —susurró Gracia, recostando su cabeza contra el cuerpo frágil de la mujer, quien le acarició el cabello con ternura.
—Todo ha sido gracias a ti, hija. Pero ya no quiero ver esos ojitos tan tristes.
Gracia suspiró, abrumada. Quería sentirse feliz, especialmente al ver a su abuela recuperándose, pero su corazón seguía roto, incapaz de sanar.
—No te preocupes por mí, abuelita. Necesitas estar tranquila, para que puedas salir pronto de este hospital.
La abuela volvió a acariciarle la cabeza. Conversaron un rato más, aprovechando el tiempo permitido de visitas, Gracia suspiró tranquila, esa visita le reconfortó el alma.