Maximilien se fue hacia las escaleras sin mirar atrás. Gracia abrió los ojos, sorprendida, y sin pensarlo fue tras él.
—¡Espera, Maximilien! Por favor, necesitamos hablar.
Él no se detuvo ni volteó a verla. Estaba indignado, no podía creer que Gracia lo hubiera borrado de sus recuerdos con tanta frialdad.
—¡Carajo, espera! —gritó ella. Entonces, casi a regañadientes, él se giró.
—¿Qué pasa, Gracia? Está bien, de verdad. Entiendo que no sientas lo mismo por mí. Es más, lo he entendido perfectamente todos estos años —respondió él con un tono cortante.
—Es que... no lo sabía. No lo sé exactamente, Maximilien. ¿Es cierto todo lo que me dijiste? Dímelo, por favor.—Bajó la mirada antes de continuar.—Porque... es importante para mí saber si de verdad sientes esas cosas por mí.
—No soy bueno mintiendo, Gracia, y menos cuando se trata de lo que siento. La verdad es sencilla, he estado enamorado de ti por años. Te lo juro. Has sido la única mujer que se ha adueñado de mis pensamientos. Desde qu