Habían pasado algunos días, y para Maximilien era como si el sol hubiera vuelto a brillar en su ventana. Sonreía constantemente, y su mal humor parecía haberse desvanecido por completo.
—A ver, compadre, dime —preguntó Caleb, alzando una ceja con picardía—. ¿Qué es lo que te tiene tan contento?
Sabía perfectamente que aquella sonrisa tenía nombre propio, pero quería oírlo de boca de su amigo.
Maximilien no pudo evitar sonreír de nuevo y soltó un suspiro.
—Bueno… las cosas con Gracia van bien.
—¿Qué? ¡Cuéntamelo todo! Cuando dices que van bien, ¿a qué te refieres exactamente?
—Por fin pude decirle todo lo que sentía por ella… y creo que soy correspondido.
Caleb se levantó de golpe de la silla y, como un niño emocionado, levantó los brazos celebrando.
—¡Sí! Pensé que ese malentendido no tenía arreglo.
—¡Cálmate, Caleb! —rio Maximilien—. No cantes victoria todavía. Apenas estamos dando los primeros pasos.
—Amigo, justo eso dijiste, están avanzando… ¿no crees que ya va siendo hora de q