Mariana, frente al espejo, arreglaba su cabello y pintaba sus labios con precisión. Acababa de regresar al país y, como Clara había investigado, había estado fuera con una identidad falsa. Sin embargo, nunca dejaba de estar atenta a cada movimiento que Gracia hacía. Incluso se había encargado de seguir su embarazo. Ahora, con Maximilien de vuelta, planeaba dar su golpe final.
—Entonces, Fernando, ¿estás conmigo o en mi contra?—preguntó Mariana con voz firme.
Fernando bebía de una botella, sumido en un caos que se había agravado tras los desprecios de Gracia y unos negocios fallidos.
—¿Qué puedo perder? Quiero ver hundido a ese maldito de Maximilien. Si no se murió, entonces haré que se muera.
Mariana se acercó a él y se agachó a su altura, con expresión decidida.
—Entonces, debes estar atento en el hospital donde Gracia tiene programado dar a luz a su bebé. ¿Lo entendiste? El mismo día que esa mujer dé a luz, nos quedaremos con ese pequeño. Pero esta vez, seremos implacables.
Fernando