CAPÍTULO 5

Luna no sabía qué esperar cuando se bajó del coche frente a la nueva dirección. Pero definitivamente no esperaba esto.

El edificio parecía sacado de otra época. Una mansión londinense de tres pisos, con columnas de piedra caliza, balcones de hierro forjado y una gran puerta doble de madera negra con herrajes dorados. En el dintel, un símbolo tallado: una V entrelazada con hojas de laurel y un cuervo.

Un portero con guantes blancos le sostuvo la puerta sin decir una palabra.

Y apenas cruzó el umbral, Luna sintió que había entrado a otra dimensión. Las paredes estaban cubiertas con paneles de roble oscuro, lámparas de candelabro iluminaban los techos altos, y un aroma tenue a cuero antiguo y papel envejecido flotaba en el aire.

Era como estar en 1700… Como si el tiempo se hubiese doblado, y pensó que esta estructura la había cuidado durante siglos para mantenerla tan intacta, además de que el lujo que destacaba era lo más impresionante del lugar.

Cuando ella llegó a la recepción, una mujer joven, vestida con un uniforme sobrio y elegante, le ofreció una sonrisa.

—Bienvenida, señorita Miller. Le estábamos esperando, sígame, por favor.

¿La estaban esperando?

Luna tomó el aire y luego asintió sin decir una palabra o refutar la indicación. Tenía tanto por contarles a sus hermanos por llegar a casa, que se estaba aprendiendo cada paso de memoria para no perder los detalles.

Subieron por una escalera de mármol, y en cada paso, Luna sentía que su reflejo se multiplicaba en los espejos con marco dorado. Pasaron salones con cortinas pesadas, chimeneas encendidas, y relojes antiguos que aún funcionaban con precisión.

Cuando llegó a la segunda planta, notó que cada oficina parecía una habitación aislada, con grandes puertas y ventanales ornamentales, así que ella sonrió de pura satisfacción mientras los vellos de su cuerpo se erizaban.

No podía creerlo.

—Por aquí —La mujer abrió una “oficina” y cuando entró se encontró con un espacio íntimo, con una chimenea encendida, una ventana con vistas a los tejados de Londres, y una pequeña biblioteca personal con libros que parecían haber sido seleccionados especialmente para ella.

Parecía sacado de una novela antigua…

—Señorita Miller, el señor Denzel dejó especificaciones e instrucciones específicas. Sus compañeros pasarán durante el día para presentarse y usted conocerá a cada empleado de este edificio. Por favor, revise su bandeja. Ha sido creado una cuenta de correo especialmente para usted, y como nueva integrante de nuestro grupo especial de Unilever, le doy la bienvenida. Sepa también que estaré a su orden para cualquier inquietud. Tiene un teléfono, una computadora, y todo lo que sea necesario. El señor Denzel en las instrucciones, la guiará a través del correo por donde puede comenzar.

Luna pasó un trago. Estaba abrumada por tanto formalismo y asintió hacia ella, forjando una sonrisa en su rostro.

—Muchas gracias… Ammm…

—Clara Stewart.

—Un gusto, Clara.

—Igualmente.

La mujer se giró caminando con elegancia y Luna se miró a sí misma, sintiéndose fuera de contexto. Se metió un mechón de cabello en la oreja y se mordió el labio, girándose hacia todo el lugar y negando todo el tiempo.

—Esto es… increíble. No puedo creerlo, Luna. —Se tomó sus mejillas, completamente emocionada, y lo primero que hizo fue buscar en su correo los archivos de Denzel y las instrucciones que debía seguir en su nuevo trabajo.

A lo largo del día, distintos miembros del equipo se presentaron con amabilidad, deferencia y un extraño respeto que Luna no terminaba de entender. La trataban como si supieran algo que ella no. Como si alguien hubiera hablado por ella antes de que llegara.

Luna se sintió abrumada con tanta atención, pero amó su lugar de trabajo desde el primer segundo.

Y a las 5:15 p. m., su bandeja vibró y un mensaje apareció en pantalla:

“Reunión en el tercer piso. Cuando esté en el piso, notará que solo hay una gran puerta después de las escaleras y un pasillo. Preséntese en 15 minutos. — Denzel.”

Luna frunció el ceño, y luego se levantó de inmediato para buscar el tocador, lavarse las manos y verse al espejo.

Debía ser la primera reunión formal, ya que ella había llegado como nevo miembro, e imaginaba que iban a presentarla en su nuevo equipo de trabajo.

Ella salió del baño y miró alrededor, notando que nadie subía al tercer piso, sin embargo, buscó las hojas que había impreso con el material que Denzel le asignó y al cual hizo unas notas, y las metió en una carpeta para llevarla a la reunión.

Cuando subió la gran escalera de mármol, tan amplia como las demás, frunció el ceño al ver que nadie estaba por allí y se apresuró mirando su reloj de pulsera.

 Era un pequeño corredor silencioso, alfombrado, con retratos al óleo colgando de las paredes. El pomo de la puerta era de bronce tallado, y cuando lo giró, la sala la envolvió.

No había una junta, de hecho, no había nadie. Luna abrió los ojos ante una habitación enorme, amplia, pero un poco oscura, y no por falta de luz, sino por elección. Las persianas estaban medianamente cerradas, aunque permitían apenas unas franjas del atardecer filtrarse entre las cortinas pesadas. Todo parecía medido, contenido. Como un escenario diseñado para que ella sintiera cada paso, y cada respiración.

Había una enorme biblioteca hasta el techo, y todo era tan fino y antiguo que su pecho se sintió aplastado. Todo esto, hasta que terminó de girarse, y lo encontró a él.

El mismo hombre al que había visto antes. Silencioso, distante. Esta vez, estaba solo y parecía que la esperaba.

Luna se quedó de pie, y justo entonces, dentro de él, todo volvió a tensarse.

Andrey sintió los hilos invisibles de su interior sacudirse con violencia. Como si su cuerpo entero recibiera una descarga eléctrica bajo la piel. Su respiración cambió y su oído se agudizó al sonido de sus latidos. Su visión se centró solo en ella y su corazón —habitualmente impasible— golpeó como si algo lo arrastrara contra concreto.

No era posible en su mundo, pero era real.

La había sentido antes en el primer encuentro, por eso la había seguido, por eso la había observado desde lejos, pero ahora, a solas con ella, la certeza lo atravesó como una lanza:

Luna no era como las demás.

Y no había más tiempo, necesitaba crear una fachada, una justificación y tal vez… un espacio.

—Hola, Luna…

Así, solo eso.

No “señorita Miller”, ni formalidades, solo su nombre, como si lo hubiera dicho mil veces antes. Como si lo hubiese susurrado dormido en alguna otra vida.

Andrey no se levantó, no sonrió, pero esa mirada estaba en ella, y con eso, Luna sintió que se le secaba la boca, cuando un latido tembloroso le estremeció el pecho.

Sus labios temblaron, no de frío… sino de algo más profundo, más primitivo, como si su cuerpo reaccionara por sí solo ante él.

—Yo… ¿Usted me conoce?

Andrey ladeó la cabeza, y luego negó de forma lenta.

—No… pero eso cambiará pronto, Luna.

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