CAPÍTULO 39
Último día en Santorini
El amanecer en Santorini era una sinfonía de luz. Luna se desperezó entre las sábanas de lino, percibiendo el murmullo lejano del mar y el leve roce de una mano que recorría su espalda.
—Buenos días, mi Luna —susurró Andrey junto a su oído, con la voz aún ronca por el sueño.
Ella sonrió, sin abrir los ojos, y giró sobre sí misma para enredar las piernas con las de él.
—No puede ser nuestro último día —murmuró, abrazándose a su pecho desnudo.
—No será el último… Solo… el primero de muchos.
Desayunaron juntos en la terraza, porque después de días cargados de intensidad emocional y confesiones profundas, ese día decidieron no hablar del futuro ni de lo que eran, solo caminar.
Recorrieron las calles empedradas de Oía como cualquier pareja enamorada. Luna llevaba un vestido blanco que se movía con el viento y unas sandalias cómodas. Andrey no la soltó en ningún momento, solo se detenían a mirar artesanías, compraron helado —pistacho para él, limón para e