CAPÍTULO 38
Esa noche, el mundo pareció suspenderse.
Luna caminaba descalza por el interior de la villa, arrastrando sus dedos por las paredes encaladas, aun sin poder creerlo. Cada rincón de la casa era una pincelada de ensueño: cortinas de lino que flotaban como espuma, faroles colgantes que susurraban historias al viento, y el murmullo constante del mar, como un latido eterno.
Y en medio de todo eso, él.
Andrey.
La había visto llorar y reír en cuestión de minutos. La había alzado en brazos después de pedirle que compartiera su vida con él. Y ahora, se mantenía en silencio junto a la baranda del balcón, contemplando el mar nocturno, con una copa de vino entre los dedos.
Luna se acercó desde atrás y lo rodeó por la cintura, recostando su mejilla contra su espalda.
Él era irreal en todos los sentidos.
—¿En qué piensas? —susurró contra su oído y, en un movimiento, Andrey la alzó y la sentó en sus piernas para mirarla de forma intensa.
—Quiero hablarte sobre un asunto.
—¿Sobre ti? —Luna